Una gata con 6 vidas

Esta cosa que aparece aquí enseñando los dientes, es una gata de nombre Aisha. No insistiré mucho. Todos los que compartimos nuestra vida con un animal doméstico sabemos lo pesados que podemos ser hablando de nuestro gato, perro, etc.
Es nuestro hijo. Para lo bueno y para lo malo. Le hemos criado y su educación ha sido obra, o culpa, nuestra. En este caso todo ha sido para bien. Aunque la actitud de la foto no lo parezca. Ha tenido (y tiene) una vida placentera, en la que ha habido espacio para algún que otro susto importante. Por ejemplo el que se llevó hace ahora dos años. Vivíamos entonces en una buhardilla del barrio de Lavapiés, en Madrid. Era verano y hacía mucho calor. Para paliarlo, Aisha solía tumbarse en el suelo (de gres) o incluso en el plato de la ducha. Hasta que descubrió el alfeizar de la ventana. Una noche, mientras mi chica y yo trabajábamos en el ordenador (cada uno en el suyo) Aisha se quedó dormida y se cayó. Era una caida al vació, desde cinco pisos y sin red. Tras el susto y sus maullidos desesperados pudimos comprobar que no le había pasado nada grave, al menos en apariencia. Pasamos toda la noche sin dormir, entre otras razones porque el patio al que había caído estaba cerrado y tan sólo se podía acceder a través de la ventana de los vecinos del primero. No quisieron abrir la puerta (o no oyeron el timbre) hasta las 9 de la mañana. Es decir, que entre las 4 y las 9 Aisha no cejó en sus maullidos. Y nosotros desesperados porque entonces no sabíamos si estaba bien del todo. Dos días después, las radiografías y el veterinario (gracias mil Gonzalo) certificaban que, como parecía, no tenía daños internos ni huesos rotos. 

Yo no creo en los milagros, pero como descendiente de gallegos, creo que "haberlos, háilos". Aisha ha recuperado sus ganas de jugar. Sigue siendo arisca (siempre lo fue) con los extraños (excepto con Xavi, ¿por qué?), algo huidiza, pero también extrañamente cariñosa, y, sobre todo, educada a la hora de destrozar cosas. Algo que sólo ocurre cuando quiere llamar la atención. Por fortuna son pocas veces.

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